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Cubamía

El invento de traspasar las fronteras

El invento de traspasar las fronteras

Muchas veces, cuando me siento frente a la máquina y me asombro una vez más de las posibilidades que nos brindan las comunicaciones de hoy, pienso en mi amigo y periodista Ubiquel Arévalo, que murió hace 21 años sin conocer estas nuevas herramientas y lo imagino con su talento en este mundo donde las fronteras ya no son un impedimento para conversar con cualquiera donde quiera que esté y en la fascinación que hubiese experimentado con estos nuevos inventos.

Y lo digo porque con las redes sociales la gente está al alcance de un clic, y con facebook, por ejemplo, uno encuentra a amigos que les perdió el rastro hace muchísimos años, y ahora aparecen para alegrarte la vida, para  

recordarte que un día uno fue estudiante, y niño y adolescente, y que pertenece a una generación que marcó época con la música de Los Beatles, The Rolling Stone, Los Mustang, Los Bravos, Led Zeppelin, Aguas Claras...

Así, hoy me he encontrado con Ángel Luis Sánchez, compañero de aula en séptimo grado, cuando allá por la ya lejana década de los 70 del pasado siglo, estudiábamos en la secundaria básica Wenceslao Rivero, una de las dos escuelas más emblemáticas de su tipo en la ciudad de Las Tunas, al oriente de Cuba, junto a su eterna rival: la secundaria Cucalambé.

Ángel Luis era un muchacho flaco y cabezón -por lo menos así lo recuerdo- y tan inteligente que muchos lo teníamos como un genio, sobre todo aquellos que éramos pésimos en Matemática, porque tenía tanta destreza para las ciencias, que para él resolver una ecuación matemática de aquella profesora de cuyo nombre no quiero acodarme, era como tomarse un vaso de agua fría.

Yo no recuerdo si era un amante de las ciencias como de la música, porque en verdad era inteligente en todas las materias, pero parece que sí, porque después estudió Ingeniería Química en la Universidad de Oriente, y se hizo músico y creo que formó parte del emblemático grupo Los Surik, hasta que un día decidió hacer vida fuera de Cuba y marchó a los Estados Unidos.

Y hoy me ha enviado a través de su hermana Ana este mensaje por facebook: "Oiga, mire que yo le envidiaba aquel pelito rubio, bien lacio que usted se peinaba con una raya cuando estábamos en 7mo grado en Wenceslao Rivero....pero bien , ahora el brillo del sol se nos ve mejor......Saludos en este nuevo 2011".

Por supuesto que en su expresión me demuestra que sigue siendo genio y no solo para las ciencias, pues esa imagen que me ofrece para decirme que estamos faltos de pelos -en su caso porque en el mío ya casi no me queda nada- habla por si sola de su inteligencia, y porque hace alusión a mi eterna manía de parecerme a Los Beatles con mi pelo siempre largo aun cuando estaba prohibido en la escuela, y porque su pelo era más ensortijado, digamos, y no podía dejarlo tan largo como el mío.

Cuando busqué sus fotos pensando encontrarme a mi compañero de estudios me percaté entonces de que el tiempo ha pasado, y que dejó atrás aquella figura flaca para pesar unas 200 libras según dice, aunque en el fondo sigue siendo el mismo tipo ocurrente de la década del 70.

Después Ángel Luis me envía otro mensaje menos publicable por su locura al hablar y se lamenta de no contar con la suficiente memoria gráfica para demostrar que una vez tuvimos pelo, porque nuestra generación creció sin las posibilidades de la fotografía de hoy, cuando la imagen digital es una explosión y cualquiera deja el testimonio de su época. Y termina así su mensaje:

"Sed abrazado por este niño flaco, que aún tiene aquellos diez o doce anos, aunque esté atrapado en un envase calvo y barrigón de unas 200+3 libras..."

Nada, que he comenzado el 2011 con la sorpresa de encontrarme a un buen amigo que hace su vida en otro lugar, pero con muchas de las nostalgias de nuestra época de adolescentes y jóvenes, cuando nos las pasábamos enamorando muchachas, asistiendo a fiestas de 15 años, cantando Yestarday, o El llanto de mi guitarra, o La Balada de john y Yoko, o haciendo "pininos" algunos para por lo menos aprobar Matemática, mientras otros, como Ángel Luis, decían que eso era pan comido y ni asomaban sus ojos a los ejercicios dejados por aquella profesora cuyo nombre no quiero recordar.

 

 

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